Peñas sagradas

Según Julio César, los pueblos celtas eran muy religiosos. Su espiritualidad derivaba de una concepción del mundo dividido en dos ámbitos bien diferenciados: el de los poblados (ager) o mundo ordenado donde se vive y en el que la muralla fija el límite con el otro espacio, el de la naturaleza o mundo salvaje (saltus) donde los espíritus molestaban a los vivos. En este espacio salvaje había lugares donde los dioses se manifestaban a la gente y en los que se buscaba su amparo y protección. Eran los lugares sagrados: una cueva, la cima de una montaña, un claro en el bosque, una fuente, un pozo, un árbol, una roca, etc. En ellos se realizaban los distintos ritos para solicitar la protección de los dioses que eran dirigidos por los sacerdotes, druidas o filid.

En este universo simbólico, las rocas desempeñan un papel fundamental, existiendo una variada tipología de rocas sagradas. Uno de estos tipos eran las rocas donde se realizaban los sacrificios de los animales que se ofrecían a los dioses para buscar su ayuda o dar las gracias por un bien recibido. Una vez sacrificado el animal, las vísceras se ofrecían a los dioses y el resto de la carne se asaba y se consumía en un banquete comunal. Estas ceremonias resultaban socialmente cruciales en el seno de las distintas comunidades e incluso entre varias tribus: se llevaban a cabo intercambios de bienes y productos, se establecían pactos, se fijaban matrimonios exogámicos, etc. Podrían asimilarse, salvando la distancia temporal y cultural que las separa, a las romerías de nuestra época.

Es el caso de La Peña, o primera roca sagrada de Gete, que presenta un lóculo (hueco) en la parte más alta donde se sacrificaba al animal y unas escaleras de acceso. La roca tiene forma alargada orientada al ocaso del sol en el solsticio de verano; seguramente, tal fue el motivo de su elección. Además, el emplazamiento de este altar se encuentra en la frontera entre diferentes grupos tribales prerromanos: pelendones, vacceos y turmódigos. El santuario de Panóias, en Vila Real, Portugal, responde al mismo modelo.

En Gete aparecen otras dos rocas sagradas que, conocidas entre los lugareños como “altares de tronos o asientos”, se relacionan más bien con “ceremonias civiles”, como sedes de complejos ritos de proclamación del poder. Es lo que llaman en Gallaecia “peñas de coronación”, en las que  se elegían a los jefes, reyes o rí tuath, símbolo de su legitimación como líderes de la comunidad.