Asentado en lo alto de un cerro dispuesto en el fondo del valle, fue el emplazamiento elegido por una comunidad agrícola y ganadera de la Edad del Bronce (aproximadamente entre el 1500 y el 1000 a.C.) y durante los primeros compases de la Primera Edad del Hierro (en torno al 800 a.C.) como lugar donde establecer su poblado. En estas fechas, el río Eresma fue una vía de comunicación entre la sierra de Guadarrama y la meseta Norte. Es una circunstancia que explica, en gran medida, la elección del lugar, ya que permitía el control de esta importante ruta.

Sus 40 m por encima del río Eresma, que describe a su pie un marcado meandro, le otorgan unas excepcionales condiciones defensivas naturales que se vieron reforzadas en el flanco norte por la construcción de un parapeto de tierra. Las intervenciones arqueológicas efectuadas han desenterrado una secuencia de viviendas de planta circular u ovalada levantadas con barro y madera. Constituyen a día de hoy los más antiguos testimonios de la arquitectura vernácula de estas tierras pinariegas.

Conocemos algunos de los ritos celebrados en lo alto del cerro y que están vinculados al significado que tenían las casas para las gentes de la Edad del Bronce. Así pues, prepararon meticulosamente una de sus cabañas, colocando en su interior un ajuar doméstico consistente en media docena de recipientes cerámicos repartidos estratégicamente por el suelo de la vivienda. Acto seguido incendiaron la choza. El fin de su vida útil o quizás el fallecimiento de la persona o del grupo humano que la habitó, determinó la celebración de un rito donde el fuego actuaría como elemento transicional