Tiempo de fiesta - Mascaradas de Castilla y León

MASCARADAS DE CASTILLA Y LEÓN

LA TORRE DE ALISTE

La Obisparra

Mediados de agosto

Por la tarde

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Seguir el curso del río Aliste es seguir el curso de las antiguas Obisparras, aunque muchas de ellas desaparecidas: Mahíde, Pobladura de Aliste, La Torre de Aliste, Palazuelo de las Cuevas, San Vicente de la Cabeza,... Río que da nombre a la comarca y que en La Torre o Las Torres de Aliste, que de ambas formas se denomina esta localidad, genera un estrecho valle entre altozanos de pizarras, en los que crecen robles, brezos y castaños. El curso del río lo jalonan alisos, chopos, prados y huertos.
El pueblo se eleva desde las proximidades del río hasta lo alto del teso en cuesta pronunciada y con calles de trazado irregular y, a veces, estrechas. Esto nos habla de su antigüedad, además de su nombre, en clara referencia a esos pueblos que nacen al paso de la Reconquista con cierto carácter defensivo. De esta antigüedad también es testigo la iglesia, consagrada a San Julián y Santa Basilisa, los santos barqueros que cuidaban el paso de San Pedro de la Nave.
Un paseo por el pueblo es descubrir una arquitectura popular llena de encanto, a base de pizarras, areniscas y algunas cuarcitas, que se plasman en rústicas fuentes con escalones, casas de dos plantas de sillares o las más comunes de una planta, con puerta carretera. La iglesia parroquial no es ajena a esta arquitectura; de una nave, está construida a base de mampostería, excepto en las esquinas, en las que aparecen sillares de granito. Está coronada por espadaña barroca.

Las calles están en continua pendiente desde el curso del río Aliste a lo alto del teso. Son de trazado irregular, con numerosas curvas y calles transversales, aunque siempre animadas por una rica arquitectura popular.

Los actos comienzan en una casa de la parte baja de la localidad, a donde ya llegaron preparados los protagonistas de la mascarada, pues todos se habían vestido en sus casas. Comienza el desfile como era usual en épocas pasadas. Lo encabezan los Diabluchos, que empiezan a meterse con todo el mundo, especialmente con las mujeres. Este primer puesto es transitorio, puesto que se mueven a lo largo de la comitiva, sobre todo para atacar a la Filandorra, al Piojoso y al Ciego.

Les sigue la comitiva agraria: el Sembrador echando paja al suelo y a todas las personas que están despistadas; esta supuesta semilla la entierra la reja del arado (hoy es imposible por estar cementada la calle, aunque antiguamente siempre se araban las calles). La tranquila tarea se rompe en el momento en que aparece una moza -cosa frecuente en verano-, donde los Chotos arrancan a correr hacia ella, mientras el Arador se hinca de rodillas, exhibe la cruz y reza; menos mal que el Criado los trae tirando de ellos, para seguir con la tarea.

A poca distancia vienen el Ciego y su Criado unidos por un varal. Si hay un bache, un socavón o cualquier irregularidad del terreno, allí va a parar y a caer el bueno del Ciego. Y si una vecina le cede una silla para que se siente, acabará sentado en el suelo por obra y gracia de su lazarillo. De vez en cuando cantan una coplilla de sabor picante. Poco se pueden descuidar, porque los Diabluchos atacan con fuerza, defendiéndolo el lazarillo y el Soldado, que está a todos los quites. Mientras tanto, el Piojoso, aprovechando que hay mucha gente a la solana, no para de restregarse contra las paredes y de arrojarles sal, como si fueran piojos, lo que suele ya provocar picores.

A continuación viene la Filandorra con el Niño y, cerca de ella, el Soldado. La primera suele acercarse a mujeres para enseñárselo y pedirles que se lo amamanten; cuando se acerca a hombres, es para usar la bota de agua escondida y mojarles. De repente, aparecen los Diabluchos que la atacan; ella se defiende con la vara de la que cuelga el cuerno y con la ayuda del Soldado, que exhibe espada.

Cierran el cortejo, Bailador y Bailadora, con dos gaiteros y Tamborilero. De vez en cuando se detienen, bailan y se hacen algunos arrumacos.

En varios puntos del recorrido, se han instalado grupos de mujeres vestidas al modo tradicional y recreando ambientes de épocas pasadas. En todos ellos, se les ofrece a los actores lo que siempre se les dio cuando pedían el aguinaldo: embutidos, dulces y vino.

Así van desgranando todas las calles del pueblo, para regresar cerca del puente del río. Aquí se produce una nueva lucha, en la que cae y muere el hijo de la Filandorra, entre los llantos de ésta. Serán los Diabluchos los que caven la hoya y se proceda a su entierro, en el que la Bailadora hace la ofrenda de velas en una cesta. Con ello termina la celebración festiva.

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